23 de diciembre de 2009. Ha sido un día duro. La noche anterior fue la cena de Navidad de empresa, y el que mejor lo ha pasado, ha dejado un reguero de babas en el teclado en su siesta del carnero (la de antes de comer).
Basta de hipocresías. Fuera caretas: lo de "no voy a volver a beber" no es ni plausible ni planteable. Pero desde luego que
hoy no pienso inaugurar
esa botella de orujo húngaro que me han enviado unos tipos de Budapest, con sus mejores deseos para el 2010.
Madre mía, y esta tarde he quedado con mi señora para comprar los regalos de Navidad. Mira que hay días. Pues tiene que ser el de la resaca. Y encima hoy no he traido el coche porque no ando fino al volante. Y encima llevo el ordenador a cuestas.
Ya de vuelta a casa, me dice mi señora: "
¿Cuáles son tus planes vitales para el nuevo año?". Con un hilillo de voz musito algo incomprensible. Pero es que me falta el valor para decirle que hoy no; que promesas y compromisos, otro día. Por favor.
En la medianoche, y justo antes de irme a la cama, ya con los ojillos cerrados, me lo confiesa: "
Cariño, te vas a reir" (¿Conoce alguno de ustedes una frase más terrible que esta? ¿Más premonitoria de las siete plagas y del apocalipsis si cabe que el sempiterno "
tenemos que hablar"?).
Y lo que profirió a continuación entra en mí a través del pabellón orejil (
thooomb!), excita el estribo (
ping!), yunque (
kaboom!) y nervio auditivo (
bip-bip!), genera una señal eléctrica por las neuronas (chisporroteo barato) y, por medio de la magia de la sinapsis, recibo un sucedáneo (muy logrado) de un chute de cafeina en el lóbulo frontal que me quita todo ese sueño que tenía. "
Estoy embarazada". Mis ojos adquieren una geometría perfectamente esférica. Arquímedes o alguno de esos griegos tan listos hubiera podido calcular el número PI con 76 decimales si hubiera cogido compás, cartabón y escuadra para medirlo.
Miré de soslayo la botella de orujo húngaro.
Como dijo el gran Lloyd Bridges en
Aterriza Como Puedas, "
elegí un mal dia para dejar de esnifar pegamento".